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15/05/2020

ALIMENTARSE BIEN PARA VIVIR MEJOR (SEGUNDA PARTE)



    Estimado lector/a: Debido a la gran cantidad de datos e información encontrada sobre este tema, se ha decidido realizar la publicación en dos partes. De este modo, esta es la continuación de la publicación: "Alimentarse bien para vivir mejor (primera parte)



Leer el etiquetado, "el quid de la cuestión"


    La lista de ingredientes, tal y como establece el R.D. 1334/1999, de 31 de julio por el que se aprueba la Norma General de Etiquetado, presentación y publicidad de los productos alimenticios (y que ha sido modificada diversas veces) se presenta en orden decreciente, de tal forma que cuando compramos un producto y leemos en su lista, el primer ingrediente que aparece es el de más cantidad. Por ejemplo, si en una tableta de chocolate el azúcar es el primero de la lista, se puede deducir que tendrá más azúcar que cacao en realidad. Por ello, es importante en este caso fijarse en el porcentaje de cacao, si es más abundante que el azúcar aparecerá en primer lugar y por lo general, con el porcentaje bien visible (75%, 85%, 99%...) El nutricionista Aitor Sánchez ha hablado de algunos tipos de cacao (con azúcar) refiriéndose a ellos como "azúcar manchado", muy distintos de los cacaos 100% que no contienen azúcares añadidos. En cuanto al valor nutricional del cacao, desde el Observatorio del Cacao, una entidad con carácter científico-divulgativo (impulsada por expertos del ámbito de la Medicina y la Nutrición) se apunta a que entre otras cosas, es rico en antioxidantes y tiene múltiples beneficios para la salud: estimula las defensas, protege frente a algunos problemas cardiovasculares... Además, es rico en fibra, que tal y como se apunta, permite regular el tránsito intestinal, regula niveles de glucosa en sangre y tiene efectos saciantes. Leer la lista de ingredientes y la tabla nos ayudará a saber cuánto porcentaje de cacao natural tiene ese producto que estamos comprando. También probarlo claro, pues su sabor (más amargo que dulce) nos reflejará su pureza. 

    El hecho de que un alimento no tenga lista de ingredientes es una buena pista de que estamos ante un alimento muy saludable, la propia materia prima: las frutas y las verduras frescas no necesitan esta lista (o las legumbres, entre otros). Elegir estos alimentos es tener la certeza de que contribuimos seguro a desarrollar una dieta saludable. Verduras al horno o asadas, pastas o arroces acompañadas con pisto, champiñones u otras verduras, purés diversos... Existe una amplia gama de posibilidades atractivas y sabrosas que podemos comer y también dar de comer a los más pequeños/as. Sabremos, en este caso, que estaremos eligiendo, algunos de los grupos de alimentos que Carlos Ríos califica como protectores por sus efectos antioxidantes, antiinflamatorios e incluso apunta que son beneficiosos para la microbiota. Según el Diccionario Médico (Universidad de Navarra) la microbiota es el conjunto de microorganismos que se encuentran asociados a los tejidos del cuerpo humano (en las mucosas del aparato digestivo, en la piel…), generalmente de forma permanente y que en algunos casos realizan funciones específicas. Así, por ejemplo, la microbiota intestinal se asocia con funciones protectoras y ayuda a mantener el equilibrio interno. Según este Diccionario es más correcto emplear microbiota que flora, ya que este último término se emplea para los microorganismos de plantas y del grupo conocido como protista.

    Otros alimentos que Ríos califica como protectores son las hortalizas, los frutos secos, y las legumbres. Su frecuencia de consumo sería recomendable que fuera, según el experto, alta. Un segundo grupo lo define como alimentos neutros que se podrían consumir con frecuencia media a lo largo de la semana. Aquí incluye los tubérculos, pescado, carne, cereales integrales, huevos y lácteos. Un tercer grupo estaría formado por alimentos complementarios que aunque no sustituyen al alimento principal, sí aportan un valor nutricional y gastronómico importante y expone que podrían consumirse tanto diaria como semanalmente. Se refiere a los aceites vírgenes, los condimientos y especias, el café y las infusiones. Finalmente, en un último grupo estarían los ultraprocesados (bollería, refrescos y bebidas azucaradas…) El nutricionista no realiza una prohibición estricta de los mismos, sino que señala que su consumo ha de ser muy reducido y ocasional (dentro de una proporción que tenga efectos inocuos, apunta no más del 10%).


    En cuanto a la tabla nutricional además de aportarnos las kcal de ese producto alimenticio, nos informa de los nutrientes por gramos con respecto a un total (ya sea 100 g, una ración de 30 g, etc) que también se indica. En este sentido, es importante observar los tipos de grasas

    Los lípidos o grasas se pueden clasificar de diferentes maneras. Aquellos lípidos que están formados principalmente por ácidos grasos se denominan saponificables (a partir de ellos puede generarse jabón por el proceso de saponificación) y por otro lado, los insaponiflicables que están formados por lo general por otro tipo de compuestos que no son ácidos grasos (como el colesterol, que también tiene importantes funciones). Dentro de los saponificables, si los enlaces entre los átomos de carbono son simples, se denominan saturados, si los enlaces de carbono son dobles, se denominan insaturados (monoinsaturado si tiene un doble enlace o poliinsaturadas si tienen más de un doble enlace). Debido a esta estructura química, los lípidos saturados tienen las moléculas más compactas y a temperatura ambiente suelen ser sólidos, mientras que los insaturados son líquidos a temperatura ambiente (sus moléculas están más separadas, menos compactas). Sin embargo, tanto los ácidos grasos saturados como los insaturados son importantes para el organismo, siempre consumiéndolas con frecuencia y consumo adecuados en función de si se trata de unos u otros. Por ejemplo, el ácido láurico (ácidos grasos saturados) presente en el aceite de coco (no refinado) se califica como saludable. Entre los insaturados-monoinsaturados, se encuentra el ácido oleico y entre los insaturados-poliinsaturados están los conocidos como omega 3 y omega 6, presentes en pescados azules, frutos secos, aceite de oliva (Fuente: Unprofesor, 24/7/2014). 

    Los lípidos o grasas que conviene evitar son las grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas (también conocidas como trans). En un principio eran ácidos grasos insaturados que sometidos a procesos de hidrogenación (para lograr entre otras cosas que sean más duraderos y den buen aspecto/textura a los productos) pierden sus propiedades como insaturados y presentan riesgos advertidos por diversos estudios científicos para la salud. En el Informe emitido en 2015 por la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición se expone que los grasos ácidos trans (AGT) son ácidos grasos insaturados con uno o más de dobles enlaces. Se apunta que existen AGT presentes de forma natural en la leche y la carne en pequeñas cantidades. En el caso de estos AGT de la leche y la carne no hay evidencia científica concluyente que los asocie con el riesgo a padecer enfermedades cardiovasculares (Ballesteros-Vásquez y col., 2012). De hecho, recientes estudios han demostrado los beneficios de los lípidos de la grasa láctea: ácido linoleico (un tipo de ácido graso omega 6), fosfolípidos (muy importantes en las membranas celulares), entre otros. Sin embargo, los AGT obtenidos por proceso industrial a través de principalmente de procesos de hidrogenación sí se asocian con riesgos para la salud como la alteración del metabolismo lipídico, aumento del colesterol LDL, respuesta inflamatoria a nivel de monocitos y macrófagos (sistema inmune), etc. 


    En el caso de los hidratos de carbono, aunque en la tabla aparecen desglosados y se puede leer los gramos de azúcar o el porcentaje, tampoco se deduce si es azúcar intrínseco en el alimento (saludable) o añadido (limitar consumo). Revisar la lista de ingredientes permitirá averiguar si se ha añadido o no azúcar a ese producto. En ocasiones, el azúcar común o de mesa (por su composición química un disacárido formado por glucosa y fructosa: la sacarosa) no aparece con ese nombre, sino con otras denominaciones. Boticaria García apunta en uno de sus artículos algunos de los “primos hermanos” del azúcar que pueden aparecer en el etiquetado "camuflados" y dar la sensación de que son más “naturales”: azúcar moreno, azúcar integral, jarabe de glucosa o fructosa, jarabe de arce, sirope de ágave, panela, miel. En cuanto a cuál elegir, partiendo de que ninguno se considera saludable, la experta recomienda elegir el que más guste en menos cantidades. Según las directrices dadas por la OMS (2015) se recomienda reducir la ingesta de azúcares libres tanto en niños/as como en adultos a menos del 10% de la ingesta calórica total, siendo recomendable mantener una ingesta reducida durante toda la vida. Se denomina en este caso azúcares libres a los hidratos de carbono añadidos a alimentos y bebidas por el fabricante, cocinero o consumidor. Por contra, estarían los azúcares intrínsecos de forma natural en algunos alimentos como la fruta, por ejemplo. Sin embargo, la OMS también califica como azúcares libres a los azúcares naturalmente presentes en la miel, los jugos de frutas y los concentrados de jugos de frutas. Este 10% recomendado se corresponde aproximadamente con unos 25 gramos.




Un ejemplo: el etiquetado de la miel

    Hay que tener en cuenta, en el caso de la miel, que a pesar de que está compuesta principalmente por hidratos de carbono (sobre todo fructosa y glucosa), también contiene agua, ácidos orgánicos, enzimas (proteínas), vitaminas y minerales. Asimismo, diversos estudios apuntan las importantes propiedades antiinflamatorias, antioxidantes y antibacterianas de este alimento que se empleó como endulzante natural en muchas partes del mundo hasta que el azúcar se hizo asequible. Desde la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), se especifica que la miel es empleada en la cura de heridas y en el tratamiento de la piel, ya que por sus componentes previenen el desarrollo de microorganismos y contiene enzimas productoras de peróxido de hidrógeno (H2O2) que eliminan las bacterias. Unas propiedades que ya se esbozaban desde la Antigüedad.

Pintura rupestre en la que aparece un ser humano recolectando miel.
 Se encuentra en las cuevas de la Araña en Bicorp, Valencia

Fuente de la imagen (recuperada el 15/5/2020):
http://pinturarupestre.es/producto/recolectora-de-miel/

 

    En el Real Decreto 1049/2003, de 1 de agosto, por el que se aprueba la norma de calidad relativa a la miel en España (y que ha sufrido posteriormente algunas modificaciones) se describe la miel como la sustancia natural dulce producida por la abeja Apis Mellifera a partir del néctar de las plantas (en este caso se denomina miel de flores o de néctar), de secreciones de partes vivas de plantas o de secreciones de insectos chupadores que viven en las partes vivas de las plantas (miel de mielada), que las abejas recolectan, transforman y almacenan en las colmenas. En cuanto a las mieles de flores, existen monoflorales (de romero, eucalipto, azahar, etc) y multiflorales. La miel de mielada también es conocida con otros nombres como miel de bosque, de mielato, de rocío. En la normativa, además de clasificar las mieles en función de su origen, también aparece una clasificación según su elaboración o presentación (miel escurrida, prensada, filtrada…) No obstante, se expone que cuando se comercialice la miel o se emplee en un producto cualquiera para consumo humano, no se le podrá añadir ningún ingrediente alimentario, incluidos los aditivos alimentarios, ni cualquier otra sustancia. Asimismo, se detallan las cantidades de cada nutriente que ha de tener la miel para su comercialización o uso humano.

    Por lo que respecta al etiquetado, este R.D. que regula la calidad de la miel en España fue modificado en 2015 por el R.D. 473/2015, de 12 de junio y en él se prescribe que en base a la directiva europea deberán mencionarse en la etiqueta el país o países de origen en que la miel haya sido recolectada. Sin embargo, en el caso de las mezclas que hayan sido originarias de más de Estado miembro o tercer país, se permite que la mención sea muy abierta: “originarias/no originarias en la UE”.

La miel se puede consumir de muchas maneras:
con leche, con yogur y nueces, con tostada de queso fresco u otra combinación
o sola...


    Por otro lado, en el artículo científico "La miel de abeja y su importancia" (2010) se apunta que la composición va a depender de diversos factores como la fuente del néctar, el clima, la propia práctica de la apicultura, etc (Ulloa y col., p.12, 2010). De esta forma, sus propiedades organolépticas, es decir, aquellas que podemos percibir por los sentidos (como el sabor, olor, textura, aroma) son diversas: hay mieles más o menos dulces, con colores claros y otras mucho más oscuras, más o menos espesas, entre otras variantes. Así, por ejemplo, se expone que las mieles más oscuras tienen mayor cantidad de fenoles, compuestos que se relacionan con una capacidad antioxidante. Estos antioxidantes ayudan a mantener los radicales libres en cantidades saludables. Los radicales libres que el propio organismo produce en procesos metabólicos, son moléculas inestables (que han perdido un electrón, una carga negativa) y por ello en cantidades elevadas pueden dañar otras moléculas que se encuentran en las células de nuestro organismo produciendo alteraciones funcionales y consecuentemente enfermedades. El efecto de desequilibrio que ocasionan los radicales libres cuando están en demasía en el cuerpo se denomina estrés oxidativo. Por ello, los fenoles, entre otros compuestos orgánicos (se denominan orgánicos cuando llevan átómos de carbono) actúan de antioxidantes paliando esa reactividad de los radicales libres. En la revista Anales de Medicina Interna en el artículo “Estrés oxidativo, enfermedades y tratamientos antioxidantes” (2001) se concluye exponiendo que los radicales libres y el estrés oxidativo que estos provocan están claramente involucrados en el desarrollo de enfermedades como la arteroesclerosis, la hipertensión arterial o el cáncer. En base a estas consideraciones, se resalta la importancia de llevar un estilo de vida sano con ejercicio regular y una dieta basada en productos propios de la dieta mediterránea y ricos en antioxidantes con el fin de prolongar la superviviencia y reducir el riesgo a ciertas patologías (Elejalde-Guerra, 2001). 

    A la hora de comprar una miel, también es importante considerar que la cristalización y las burbujas de aire que puedan aparecer se asocian con la pureza de la misma.

    Por último, pero no menos importante, hay que recordar que la miel no deben consumirla los menores de un año, incluso según la Fundación Española del Corazón no se recomienda su ingesta hasta un poco más, hasta los 18 meses, ya que puede ocasionar una enfermedad grave denominada botulismo.



Declaraciones nutricionales

    El Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo nº1924/2006 expone que aquellas declaraciones nutricionales saludables no deberán ser falsas o ambiguas, alentar el consumo excesivo del alimento, entre otras cuestiones, prescribiendo que han de basarse en el conocimiento científico y en su relación con la salud. Sin embargo, palabras como "bajo en calorías", "ligero" o "fuente de fibra" pueden inducir a error, pues se puede desconocer por un lado, los requisitos normativos y, por otro, deducir que por llevar esa declaración nutricional ya se trata de un alimento sano o adecuado. En el Anexo de este documento (que se aplicó a partir del 1 de julio de 2007) se recogen diversas declaraciones nutricionales junto con sus requisitos: 


- “Bajo valor energético”: Se podrá leer en aquellos productos sólidos que no tengan más de 40 kcal/100 g y más de 20 kcal/100 ml en el caso de líquidos

- "Bajo contenido en grasa”: En el caso de los sólidos se podrá usar si no tienen más de 3g/100g y en líquidos si no tienen más de 0´1g/100 ml

- “Sin grasas saturadas”: Si la suma de grasas saturadas y ácidos grasos trans no supera los 0´1 g para 100 g (sólidos) o 100 ml (líquidos)

- “Bajo contenido de azúcares”: Se podrá etiquetar así un producto si en el caso de que sea sólido no contiene más de 5 g/100g y si es líquido que no contenga más de 2´5 g/100 ml

- “Bajo contenido de sodio/sal”: Si el alimento no contiene más de 0´12 g de sodio (o el equivalente en sal) por cada 100 g o ml.

- “Fuente de fibra”: Cuando un producto tenga como mínimo 3 g por cada 100 g o 1´5 g por 100 kcal. En el caso de “alto contenido en fibra” la cantidad exigida es un poco más, 6 g/100 g o 3g/100 kcal. 

    Existen otras como “contenido reducido de…(nutriente)” o la declaración “light/ligero” en cuyo caso han de suponer una reducción del 30% en relación con un producto similar. Algo más difusa resulta la declaración "Natural" o "Naturalmente" que podrá emplearse, según la normativa: "Cuando un alimento reúna de forma natural la condición o condiciones establecidas en el presente anexo para el uso de una declaración nutricional".


Mitos alimentarios


    Según RAE en su cuarta acepción mito se refiere a aquella persona o cosa a la cual se le atribuyen propiedades o excelencias que no tiene. Y en el caso de los alimentos existen multitud de mitos, algunos de los cuales tratamos a continuación.

    El Doctor Daniel González en uno de los programas de MedicinaTV (TPA) ha desmentido algunos mitos sobre las frutas que en ocasiones se toman por ciertos. Entre ellos, explica y fundamenta que la fruta tomada en el postre no engorda (pues sus calorías y valor nutricional es el mismo) o que las grasas del aguacate son monoinsaturadas y no suben el colesterol (aunque sí que apunta que es calórico). En relación con los efectos de las grasas del aguacate en el organismo, autores como Pérez-Rosales, Villanueva-Rodríguez y Cosío-Ramírez (2005) concluyen en un artículo científico que el aguacate por su alto contenido en grasas monoinsaturadas, al igual que el aceite de oliva, es efectivo para reducir el riesgo de colesterol total y el colesterol LDL (lipoproteínas de baja densidad, el llamado “colesterol malo”)y, por tanto, disminuyen el riesgo de enfermedades cardiovasculares. En esta línea, según la Fundación Española del Corazón, el colesterol (una grasa que en sangre se une a una proteína, de ahí que se hable de lipoproteínas) puede proceder del exterior (en la alimentación) o puede producirse por el propio organismo (sintetizado por el hígado) y tiene importantes funciones en el organismo: interviene en la formación de ácidos biliares o bilis (que a su vez tienen importancia para digerir las grasas), permite producir distintas hormonas (sexuales, tiroideas…), es importante en la fase de crecimiento para el desarrollo. También se relaciona con la síntesis de vitamina D (para la cual se necesita también el sol) y es parte indispensable de la estructura de las membranas celulares, en las que ayuda a mantener el equilibrio u homeostasis: temperatura, fluidez, intercambio de sustancias químicas entre el interior y exterior de la célula, etc. Tanto en el caso del LDL como del HDL (lipoproteínas de alta densidad o el conocido como “colesterol bueno”) es importante que se mantengan en el rango estipulado como normal. En estas condiciones normales podrán llevar a cabo sus funciones correctamente. Desde la Fundación Española del Corazón se aclara que las lipoproteínas de baja densidad o LDL se encargan de transportar el colesterol desde el hígado a todas las células del organismo para su utilización y el HDL o las lipoproteínas de alta densidad funcionan para transportar el colesterol no utilizado por nuestro organismo y devolverlo al hígado para que sea eliminado. Cuando el colesterol LDL está en niveles altos y hay una descompensación con el HDL es cuando hay riesgo de que se produzcan la arterioesclerosis, ya que el colesterol LDL sobrante se queda “pegado” a las pared interna de las arterias. 






    Sigamos descubriendo algunos mitos más. Le toca el momento a los zumos de frutas. Pero antes analicemos la fuente y algunas consideraciones que se apuntan desde la misma. 

    Nutrimedia se describe en su página web como una web de información científica sobre alimentación y nutrición dirigida al público en general en la que se analizan rigurosamente mitos, noticias, anuncios y preguntas de la sociedad sobre alimentación. Es un proyecto conjunto entre la FECYT (Fundación Española para la Ciencia y Tecnología dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación) y el Observatorio de Comunicación Científica (Universidad Pompeu Fabra de Barcelona). Desde la propia organización en relación con la metodología empleada, se apunta un aspecto importante: la ciencia no tiene respuestas a todas las preguntas de alimentación y salud y además, no todas las respuestas tienen el mismo grado de certeza (denominado también calidad de la evidencia o confianza). Este grado de certeza depende de factores como el diseño del estudio, el rigor y que los resultados de los estudios sean suficientes, consistentes (que tengan similitud con otros estudios), precisos y aplicables. En base a estas consideraciones, en un Informe Técnico emitido por Nutrimedia se analiza el mito: “Es igual de saludable tomar zumo de fruta que una fruta entera” (se refiere a zumos de fruta 100%, no concentrados ni con azúcares añadidos). Para ello, se realiza una revisión sistemática (se revisan varios estudios científicos en este caso publicados a partir de 2015) del tema y se concluye que esta afirmación es incierta (que no falsa) o dudosa. De este modo, algunos estudios analizados encontraron relación en adultos entre la ingesta de zumos de fruta y un aumento de peso, pero otros no. En niños/as y adolescentes la mayoría de los estudios constatados no detectaron una relación directa entre el consumo de zumo de frutas y un aumento de peso. Tampoco en todos los estudios se constató una asociación entre el consumo de zumos de frutas y el riesgo de desarrollar diabetes. Por ello, el grado de calidad o certeza es muy bajo, ya que en estos estudios se han puesto de manifiesto limitaciones y el hecho de que son observacionales, por lo que se necesitaría seguir investigando para llegar a resultados más certeros y consistentes. También se concluye la importancia que tiene tomar fruta entera que en ningún caso se recomienda sustituir por zumos, siendo lo recomendado por múltiples instituciones. Además, en el estudio se hace hincapié en que se trata de zumos de fruta 100%, no de zumos de frutas que puedan tener azúcares añadidos y que por tanto, sí puedan favorecer el aumento de peso, produzcan una menor saciedad unido a un menor aporte de fibras y otros nutrientes, además de fomentar el desarrollo de caries dental. El nutricionista Mario Ortiz expone en uno de sus vídeos en Youtube ("El azúcar de la fruta", 2018) que un zumo de frutas natural no es que no sea recomendable, sino que es menos recomendable que la fruta entera. Y concluye: mejor fruta entera que triturada o en zumo, mejor triturada que en zumo y mejor zumo natural hecho en casa que comercial
    Otro mito relacionado con el zumo es el que tiene que ver con “los zumos (de naranja recién exprimidos) pierden sus nutrientes si no se consumen justo después de prepararse”. La Fundación Española de Nutrición (FEN) emitió un Informe en 2019 sobre los “Datos actuales sobre el consumo de zumo de frutas en España y sus propiedades” en el que desmiente que el zumo hecho en casa pierda los nutrientes si no se consume inmediatamente e incluso se apunta a que en el caso del zumo de naranja exprimido en casa se ha constatado que la vitamina C se mantiene hasta doce horas después de su preparación. Pero sí se apunta que de no consumirse inmediatamente, se pueden provocar cambios en su aspecto (debido a la oxidación por ejemplo). 

    En el informe de la Fundación Española de Nutrición (FEN) además, se realiza una distinción entre zumo de frutas, zumo de frutas procedente de concentrado, zumo de fruta extraído con agua y néctar de frutas, siguiendo lo expuesto en el Real Decreto 781/2013 por el que se establecen normas relativas a la elaboración, composición, etiquetado, presentación y publicidad de los zumos de frutas y otros productos similares. En estas definiciones, la legislación sí autoriza a lo néctares, a diferencia de a los zumos, la posibilidad de incorporar azúcares añadidos y/o miel en una cantidad no superior al 20% del peso total del producto. Además, diferencia entre los distintos tipos de fruta y sus propiedades. Así por ejemplo, en su mayoría el aporte de calorías es bajo (entre 40-60 Kcal por 100 g), siendo los zumos de fruta de limón y hortaliza menos calóricos aún. Entre sus propiedades nutricionales, se destaca que aportan mucha agua, así como vitaminas y minerales. También aportan fibra (pero en cantidades menores que la fruta entera). Y poseen un alto contenido en hidratos de carbono (los más comunes fructosa y glucosa o la combinación de ambos: sacarosa), aunque igualmente dependerá de la fruta que contenga el zumo: el zumo de uva o de melocotón presenta así más cantidad de hidratos de carbono que el de limón, lima, zanahoria o tomate. Igualmente se destaca la necesidad de considerar un indicador denominado índice glucémico o glicémico (IG) en el análisis de los zumos. El IG es un término acuñado en 1981 por David Jenkins, doctor del departamento de Ciencias de Nutrición en la Universidad de Toronto en Canadá. Este IG está relacionado con la velocidad con que la glucosa se distribuye por la sangre y puede ser distinta en función de una serie de factores físicos y químicos como el procesamiento al que haya sido sometido ese alimento, su contenido en fibra (la fibra se asocia a un menor índice glucémico, es decir, hace que la glucosa se libere en sangre más lentamente), su matriz alimentaria (el resto de nutrientes que contenga el alimento y sus interrelaciones), el consumo con otros alimentos, el propio proceso digestivo y metabólico del individuo, etc. Según el Informe el índice glucémico de los zumos es bajo. 

    También desde Nutrimedia se responde a otra variedad de preguntas y mensajes que a menudo se hacen en la vida cotidiana sobre los alimentos que consumimos. Así, se expone que a pesar de que en los últimos años el consumo de productos ecológicos (también llamados bio u orgánicos) ha aumentado, el grado de certeza de las investigaciones realizadas hasta el momento en relación con estos productos es muy bajo. Por tanto, se concluye que es incierto o dudoso que el consumo de productos ecológicos sea más saludable que los convencionales. El nutricionista Mario Ortiz a través del vídeo “La mentira de lo ecológico” (2020) expone que a pesar de que se sigue distribuyendo el mensaje de que lo ecológico es más saludable y tiene mayor calidad nutricional, no es así. En el Reglamento 848/2018, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 30 de Mayo de 2018, sobre producción ecológica y etiquetado de los productos ecológicos se expone: 

“La producción ecológica es un sistema general de gestión agrícola y producción de alimentos que combina las mejores prácticas en materia de medio ambiente y clima, un elevado nivel de biodiversidad, la conservación de los recursos naturales y la aplicación de normas exigentes sobre bienestar animal y sobre producción que responden a la demanda, expresada por un creciente número de consumidores, de productos obtenidos a partir de sustancias y procesos naturales”. 
    A pesar de ello, Ortiz menciona cómo muchos de esos productos ecológicos vienen envueltos en plásticos con su consecuente efecto que estos tienen para el medio ambiente, además de proceder de lugares lejanos al comercio que los pone en venta. 

    En cuanto a los productos químicos utilizados en alimentación, desde Nutrimedia (5/4/2019) se afirma que el riesgo de exposición de los europeos a los pesticidas a través de los alimentos es bajo, de acuerdo con un Informe de 2016 de EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria). Otros aspectos de interés aclarados por esta entidad tienen que ver con el consumo de huevos. Se expone que actualmente, a pesar de lo que se creía hace unos años y teniendo en cuenta la evidencia científica actual revisada (dicha noticia está publicada el 22/3/2019) en la que se constata la existencia de estudios contradictorios, es incierto o dudoso que el consumo de hasta un huevo al día aumente el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, se apunta que las recomendaciones de este alimento pueden variar en función de los países (también de las guías que se promuevan desde los mismos) o en función de otros factores: por ejemplo, personas diagnosticadas con enfermedad cardiovascular o diabetes. No obstante y dado el gran valor nutricional y económico del huevo, se afirma que en nuestro entorno y dentro de un patrón de alimentación saludable, se pueden consumir hasta siete huevos por semana. 



Cocidos, fritos (con aceite de oliva u otro saludable:), en una tortilla de patata o francesa,
revuelto con alguna verdura...


    
En este sentido: ¿Qué huevos serían los más recomendables comprar? La Doctora Marian García, Boticaria García en su libro El jamón york no existe (2019), en base a evidencia científica y con un estilo claro y sencillo, divulga información nutricional diversa en la que va descubriendo qué alimentos son más recomendables y cuáles son “zorromostros”. Estos últimos, como el jamón de york, el fiambre o los palitos de pescado, son alimentos que en su procesamiento se les han añadido almidones, azúcares, aditivos y otros ingredientes que provocan una “desnaturalización” del propio alimento. En este libro-guía, también hace una “radiografía del huevo perfecto. Entre otras cuestiones, expone que el valor nutricional es parecido en unos y otros, pero la forma de cría aporta cierta diferencia. Para averiguar esto, se necesita mirar, tal y como deja claro Marian García en su libro, el primer dígito del código alfanumérico impreso en el huevo.

    


0 Huevos de producción ecológica
1Huevos de gallinas camperas
2Huevos de gallinas criadas en el suelo
3 Huevos de gallinas criadas en jaulas


    También, en relación con la salud cardiovascular, desde Nutrimedia se ha revisado la asociación que puede existir entre el consumo de frutos secos y la reducción del riesgo de desarrollo de enfermedades cardiovasculares (desarrollo de infarto, ictus...) Se concluye que el mensaje es probablemente cierto, no pudiendo catalogarse como cierto debido a que faltan pruebas científicas de más calidad. Esta conclusión se refiere al consumo de frutos secos de forma regular y a los crudos (o tostados, no fritos). Además, se expone que los frutos secos tienen un alto contenido de grasas saludables (monoinsaturadas y poliinsaturadas) y bajo contenido de grasas saturadas. También son fuente de antioxidantes. Sin embargo, hay que considerar que su densidad energética es alta, debido a que como su nombre indica son “secos”, por lo que se indica contienen menos del 50% de agua. 

    Hay que tener en cuenta en relación con los frutos secos, que el consumo de los mismos por los/as niños/as menores de 3 años (incluso algunos autores apuntan un poco más) puede derivar en atragantamientos y ahogamientos.









                                     



                                        Infografía sencilla de los pistachos (enlace)



Según datos recogidos en 2018 por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en España la Comunidad Autónoma que más produce pistachos es Castilla La Mancha (5.569 toneladas), seguida de Andalucía (1.314 t) y Murcia (416 t). En cuarto lugar se sitúa Castilla y León (348 t) seguida de Cataluña (309t). Finalmente, se recogen datos del cultivo de pistacho en Extremadura (87t), Aragón (82t), la Comunidad Valenciana (28 t) y Navarra (12t).


En 2018 en total en España se produjeron 8.210 toneladas de pistachos


Los cacahuetes no se incluirían en este grupo, pues aunque por su composición nutricional son similares a los frutos secos, se les considera legumbres



    Y desde el Observatorio del cacao se desmienten algunos mitos relacionados con éste: el cacao no está directamente relacionado con la aparición de caries, incluso estudios recientes avalan que por contener flavonoides puede proteger de las mismas. Tampoco existen evidencias científicas de la relación entre el consumo de cacao y la aparición de acné, empleándose incluso en el mundo de la cosmética la manteca de cacao con propiedades nutritivas y emolientes (acción suavizante y relajante en la piel). Y, entre otros, también califican como falso el mito en el que el cacao se relaciona con la excitación nerviosa. 

    Y es precisamente, en la relación entre la alimentación y el sistema nervioso donde la Neurociencia tiene algunas respuestas.


La alimentación desde la Neurociencia

    La Neurociencia (o Neurociencias) se encarga fundamentalmente del estudio y funcionamiento del sistema nervioso desde una visión holística, teniendo en cuenta su relación con otras disciplinas: Biología, Bioquímica...

    Según el médico y especialista en cirugía general y del aparato digestivo Mario Alonso Puig, también escritor y conferenciante, ha explicado en una de Conferencia relacionada con la alimentación que la nutrición tiene un impacto en la inteligencia, la memoria, la capacidad de aprendizaje y el estado de ánimo. En base a esto, expone algunos aspectos clave que hay que cuidar en la nutrición. El primero de ellos tiene que ver con el equilibrio de la glucosa, la principal fuente de energía del organismo (y la exclusiva para algunos órganos como el cerebro). En este sentido, habla de que los niveles bruscos de glucosa en sangre no son beneficiosos para el cerebro (producen irratibilidad, falta de concentración, etc), sino que necesita una liberación constante y paulatina de la misma en la sangre. En este sentido, expone que los vegetales son fuente muy importante de hidratos de carbono de asimilación lenta junto con las frutas de bajo índice glicémico (kiwis, naranjas, peras, manzanas…) Habla de las recomendaciones basadas en al menos, cinco al día. Además, añade que lo integral por su contenido en fibra favorece también que la glucosa se libere en sangre más lentamente.


    En cuanto a las grasas, expone que el 60% del cerebro (si le quitáramos el agua) está formado por grasa y la ingesta insuficiente de ciertos tipos de grasas que forman las estructuras cerebrales puede ocasionar fatiga, problemas de memoria, dificultad de aprendizaje y otros. En el cerebro hay que considerar la sustancia gris (formada por el cuerpo de las neuronas) y la sustancia blanca o mielina (formada por las fibras o axones de las neuronas que van transmitiendo la información, los impulsos nerviosos de una célula a otra). El 75% de lo que recubre el axón (mielina) es grasa que permite que la conducción de los impulsos nerviosos sean más rápidos. Además, la membrana de las neuronas está formada por grasas que se disponen en una bicapa (lipídica) que cumple importantes funciones y es indispensable para la integridad de la neurona. En este sentido, Puig recuerda que es muy importante ingerir ácidos grasos esenciales, fundamentalmente omega 3 y omega 6 que son básicos para que se formen hormonas (llamadas prostraglandinas) que favorecen una menor presión arterial y una menor inflamación del cerebro. El cirujano y escritor expone además que estos ácidos grasos se encuentran en arenques, salmón, atún, huevos y nueces. Habla de que es injustificada la mala fama de los huevos, tal y como desmentíamos en el apartado anterior, pues no se relacionan con el aumento del colesterol, siendo una fuente muy importante de Omega 3. Recomienda al menos, tres huevos por semana.




La neurona es la célula del sistema nervioso formada por el cuerpo celular o soma (que contiene el núcleo), las dendritas (prolongaciones que reciben las señales electroquímicas) y el axón (prolongación generalmente más larga que conduce las señales electroquímicas). En la sinapsis o conexión entre neuronas se liberan una sustancias químicas denominadas neurotransmisores.


Mario Alonso Puig explica que el cerebro está constituido por 100.000 tipos distintos de neuronas, 100.000 millones de neuronas y 100.000 billones de conexiones: "Tenemos aproximadamente el mismo número de neuronas que árboles en el Amazonas y las mismas conexiones que hojas de esos árboles" (Mario Alonso Puig). También apunta que, tal y como descubrió el médico español Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1906, las neuronas están separadas y la comunicación se realiza a través de sinapsis gracias a neurotransmisores como por ejemplo, la serotonina (relacionada con la sensación de bienestar). Muchos de estos neurotransmisores tienen en su base aminoácidos (compuestos de las proteínas) fundamentales para el funcionamiento del cerebro. Hay nueve aminoácidos esenciales que no puede sintetizar nuestro organismo y deben incluirse en la dieta (a través de legumbres, huevos, la leche, avena...)





    Por su parte, la psicóloga Patricia Ramírez (Para todos la 2, 2019) habla de la importancia de comer con serenidad y consciencia (mindful eating) y da algunos consejos: comer sentados/as (aunque tengamos prisa), elaborar platos atractivos y apetecibles (también "se come con la vista, con el olor, con el tacto"...), utilizar algún elemento como las velas (que llama anclaje) que aporten calma. Asimismo, destaca la importancia de masticar y saborear la comida tranquilamente para despertar los sentidos (olor, sabor), soltar los cubiertos mientras se mastica o apagar los dispositivos electrónicos para estar plenamente en el momento. 

    Y sobre todo, recalca la importancia de elegir alimentos saludables que promuevan la salud, así como practicar el agradecimiento por la comida, potenciando aquellos sentimientos que nos hacen sentirnos bien. 

    Finalicemos pues con la práctica del agradecimiento sugerida. Al fin y al cabo, tenemos la fortuna de contar con un entorno en el que disponemos de alimentos seguros y de calidad. Tenemos cubierta la seguridad alimentaria y el derecho a la alimentación, algo que injustamente no es así para millones de personas. 

    Agradecimiento a nuestro cuerpo y a nuestro metabolismo que funciona con el fin de mantener nuestra energía vital y nuestro equilibrio interno, con una inteligencia natural a un nivel microscópico que esconde una enorme grandeza. 


  Agradecimiento a nuestro medio ambiente. Por todos los productos alimenticios que nos proporciona. Por aportar también equilibrio en el ciclo de la energía y la materia. 

  Agradecimiento a aquellas personas que, a pesar de la tendencia creciente hacia un entorno obesogénico, trabajan y luchan porque los procesos sean lo más respetuosos para el medio y lo más saludables para la sociedad. Aún hay tiempo de "dar la vuelta a la tortilla". 

   Gracias a todo ello, está en nuestra mano día a día, desarrollar unos buenos hábitos alimenticios que nos protejan de posibles patologías y nos ayuden a estar más sanos. Una medicina muy rica que nos ayuda a tener salud y junto a otros hábitos saludables como la práctica de ejercicio potencian ese estado de bienestar completo que apunta la OMS








14/05/2020

ALIMENTARSE BIEN PARA VIVIR MEJOR (PRIMERA PARTE)

La alimentación es, sin duda, un aspecto clave para la salud de las personas y también para su bienestar. De hecho, la Organización Mundial para la salud (OMS) definió ya el concepto de salud en 1946 (que entraría en vigor en 1948) como el completo estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Conocer los nutrientes, seleccionar alimentos de calidad y desarrollar hábitos alimentarios nos ayudará a vivir mejor.


    Ese mismo año, en 1948,  se recogería también el derecho a la alimentación en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París). Un derecho que posteriormente ha sido amparado en distintos tratados tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, el hambre sigue siendo una realidad que afecta a millones de personas. Luego se podría decir que, en primer lugar, para poder desarrollar hábitos de alimentación saludables, una condición indispensable es disponer de una seguridad alimentaria. Un concepto que comenzaría a sonar ya en la década de los setenta. La Organización para las Naciones Unidas para la Agricultura y la alimentación (FAO) expone que esta seguridad alimentaria se consigue cuando todas las personas en todo momento disponen del acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo que les permita llevar una vida activa y sana. En el siguiente audio se exponen algunos datos relacionados con la subalimentación o alimentación insuficiente a nivel mundial y nacional.

    En todo este contexto en el que utilizamos los nutrientes de los alimentos es importante diferenciar entre alimentación y nutrición, tal y como indica la "Guía de Alimentación" propuesta por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). La alimentación es el proceso consciente y voluntario para proporcionar al cuerpo los alimentos necesarios. La nutrición sería por el contrario, un conjunto de procesos fisiológicos involuntarios e inconscientes (digestión, absorción, metabolismo…) en el que el organismo recibe, transforma y utiliza los distintos compuestos químicos/nutrientes contenidos en los alimentos. De aquí se deduce y recoge en la Guía que la calidad de nuestra alimentación está en nuestras manos, siempre y cuando elijamos los alimentos oportunos y desarrollemos hábitos alimenticios saludables. Aunque existen, entre otros, factores culturales y económicos que influyen en estos hábitos y conductas. 


La energía en nuestro organismo versus kcal

    La molécula energética que emplean las células de nuestro organismo (y la principal en todos los seres vivos) es el ATP, denominada así por sus siglas que aluden a su composición química: Adenosín Trifosfato. O lo que es lo mismo: un nucleótido compuesto por una base nitrogenada (concretamente adenina), una pentosa (hidrato de carbono, concretamente monosacárido formado por cinco carbonos) y tres grupos fosfato (denominados alfa, beta y gamma, cuyos enlaces concentran mucha energía). 


Molécula de ATP

Molécula de ATP



    Nuestras células necesitan continuamente esta energía que forma parte de los distintos procesos metabólicos, con el fin de realizar funciones diversas: movimiento (función energética), reparación de tejidos y otras estructuras del cuerpo (función estructural), reproducción celular, crecimiento, funcionamiento cerebral y secreción de hormonas (función reguladora), etc.    
    Cuando se habla de metabolismo, etimológicamente proveniente del griego metabole más el sufijo -ismo, “cualidad o sistema de cambio”, se hace referencia al conjunto de reacciones químicas que tienen lugar en el interior de nuestras células.  A través de estas reacciones químicas ciertos componentes denominados sustratos se transforman gracias a la actividad de otras estructuras como los enzimas (unidades proteicas que a veces requieren también de otros compuestos no proteicos) en otros componentes denominados productos. 

    Principalmente, se diferencian dos tipos de reacciones: reacciones de catabolismo en la que moléculas más grandes se convierten en otras más pequeñas al tiempo que se libera energía (derivada de romper esas moléculas, sus enlaces) y reacciones de anabolismo, por las que moléculas más sencillas se unen y estructuran para formar moléculas más grandes, al tiempo que se consume energía. Ambos procesos están íntimamente relacionados. De esta forma, la energía que se libera en las reacciones catabólicas (degradación) se almacena en las moléculas de ATP que a su vez será empleada para generar nuevas estructuras en las reacciones anabólicas (construcción de moléculas más complejas). En relación directa con la nutrición, si por ejemplo comemos un alimento que contenga hidratos de carbono complejos como el arroz o la patata (contienen gran porcentaje de almidón, que por su estructura química es un polisacárido que es empleado como fuente de reserva en las células vegetales), dichas moléculas serán degradadas por el metabolismo celular en moléculas más sencillas y pequeñas como la glucosa (monosacárido). La glucosa a su vez se emplea como principal sustrato para lograr energía en un proceso denominado glucólisis o glicólisis (que implica distintas fases y reacciones químicas consecutivas, primero en el citoplasma de la célula y luego en la mitocondria) y que se puede llevar a cabo tanto en ausencia de oxígeno (en este caso se denomina proceso anaeróbico) como en presencia del mismo (proceso aeróbico). Por el contrario, cuando nuestro organismo no necesita consumir esta glucosa para producir energía, sino que se produce un exceso de la misma, la glucosa pasará a almacenarse en forma de glucógeno (unión de glucosas) o bien en el hígado o bien en el músculo esquelético. Estos almacenes de glucógeno junto a la glucosa sanguínea son la principal fuente energética en la mayoría de los deportes (Peinado, Tirado y Benito, 2013). 

    Estos mismos autores exponen que la disponibilidad de los hidratos de carbono durante el ejercicio, así como la recuperación del glucógeno después del mismo, juegan un papel fundamental en distintas modalidades deportivas.  Pero también los ácidos grasos almacenados en el tejido adiposo en forma de triglicéridos se emplean como fuente de energía en algunos momentos. Por ejemplo, según los doctores en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Ana B. Peinado, Miguel A. Rojo-Tirado y Pedro J. Benito (2013) en el caso de los esfuerzos intermitentes en los que se combinan períodos de esfuerzo con otros de inactividad, el "combustible" empleado depende de la intensidad, la duración del esfuerzo y del descanso, las veces que se repiten, etc. En los esfuerzos de larga duración, a mayor intensidad exponen que más se utiliza el glucógeno (por tanto la glucosa que lo forma), pero a medida que la duración aumenta, se incrementa la utilización de los ácidos grasos como fuente de energía (los ácidos grasos provienen de los lípidos o grasas que consumimos). Por su parte, en los esfuerzos máximos de corta duración (por ejemplo, levantamiento de pesas) que suponen mucha intensidad en muy poco tiempo, la vía de adquisición de energía para obtener glucosa aeróbica (en presencia de oxígeno) no es rentable, utilizándose la ruta anaeróbica (sin oxígeno) que permite suministrar esa energía que se libera de quemar la glucosa en menor tiempo. Pero no solo los ácidos grasos o los hidratos de carbono como la glucosa (principal fuente de energía del organismo) tienen un papel clave, sino que todos los nutrientes que podemos encontrar en los alimentos son indispensables para la vida.

    Por otra parte, en los envases de los alimentos se hace referencia al valor energético medido en kcal. Sin embargo, esta magnitud hay que diferenciarla de la verdadera energía que utiliza nuestro cuerpo y, aunque pueda servir como guía en algunas ocasiones, es importante conocer su origen. En Nutrición se adoptó hace un siglo el término de kilocaloría, aunque también se han empleado los kilojulios (KJ): 1 Kcal equivale a 4.184 KJ. Este concepto proviene de la termodinámica que según RAE en su segunda acepción: “es la parte de la Física que estudia las relaciones entre el calor y las restantes formas de energía”.  El diccionario médico (Universidad de Navarra) apunta que el término kilocaloría (kcal) se refiere a la unidad de energía equivalente a mil calorías. A su vez, una caloría se describe como la unidad de calor necesaria para aumentar en un grado la temperatura de un gramo de agua (a una presión de atmósfera determinada). En un Informe del XXV Congreso Nacional de Termodinámica (México), el profesor de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (Unidad Zacatengo, México) Jorge Arturo Reyes Bonilla recoge que fue el físico Nicolás Clèment el primero en definir y emplear el término de caloría como unidad de calor desde 1819. Asimismo, expone que la caloría no es una sustancia que se pueda hallar en los alimentos ni tampoco que pueda definir el grado nutricional de los mismos, pues puede llevar a confusión al recomendar por ejemplo, un alimento “bajo en calorías” cuando en realidad carece de valor nutricional (como los refrescos edulcorados). 

    Explica que el término caloría nos da una idea del movimiento térmico/calor que se puede desprender al “quemar” una sustancia determinada. En el caso de la Bioquímica, expone que un valor de referencia es el calor de combustión de la glucosa, aproximadamente 3´82 kcal/g o 669´4850 kcal/mol (donde un mol de glucosa equivaldría aprox. a 180 g). En este informe explica el proceso por el cual se puede medir el calor de combustión del alimento empleando un calorímetro (en una pequeña cámara llena de oxígeno a presión). Además, a cada grupo de nutrientes se le asigna un valor determinado. Así, por ejemplo, al degradarse un gramo de hidratos de carbono o un gramo de proteínas se liberan unas 4 Kcal/g (aunque en el Informe anterior se señalan aprox. 3´72 kcal/g), mientras que en las grasas se habla de 9 kcal/g. Proteínas, hidratos de carbono y lípidos se denominan macronutrientes y los necesitamos en mayores cantidades que los micronutrientes (vitaminas, sales minerales). Asimismo, se considera que los micronutrientes y otros compuestos inorgánicos (se denominan inorgánicos cuando no llevan átomos de carbono) como el agua, no aportan calorías, pero sí nutren nuestro organismo y son indispensables. Por contra, sustancias como el alcohol no aportan ningún nutriente, pero sí calorías (7 kcal/g), pudiéndose en este caso hablar de “kilocalorías vacías”.

    Con todo, se concluye la ambigüedad derivada del uso del término energía como un sustituto de la “fuerza vital” y mensajes consecuentemente confusos al hablar de alimentos “ricos o bajos en calorías” como si fueran entidades que acompañaran a los nutrientes. La energía química contenida en los nutrientes que se encuentra en los alimentos (y que a través de las reacciones químicas pasará a concentrarse en forma de ATP en el organismo) se refleja en el movimiento de moléculas y las reacciones redox que conducen al rompimiento y formación de enlaces (Bonilla, Informe XXV Congreso Nacional de Termodinámica, México). Las reacciones redox son procesos químicos de oxidación (pérdida de electrones, no necesariamente en presencia de oxígeno) y reducción (captación o ganancia de electrones). A la luz de estas consideraciones, resulta importante considerar a la hora de comprar un alimento y consumirlo, no solo la energía, sino la composición y el valor nutricional de los alimentos.

    Conocer aunque sea de forma breve estos procesos metabólicos (aunque pueda resultar una información densa y un tanto árida), servirá para saber qué nutrientes tienen los alimentos y cómo funcionan en el organismo. Así, si se habla de proteínas, se está hablando de compuestos orgánicos denominados áminoácidos. Si se habla de lípidos o grasas, la mayoría de ellos están formados por moléculas denominadas ácidos grasos. Si se habla de hidratos de carbono, es conveniente saber que las moléculas más grandes y complejas se denominan polisacáridos (como el almidón, el glucógeno). las moléculas más pequeñas se denominan monosacáridos (como la glucosa, galactosa, ribosa...) En función de lo que el organismo necesite (moverse, reparar tejidos...) se producirán procesos de degradación o catabolismo (moléculas más grandes pasan a más pequeñas y al romperse los enlaces entre átomos se libera energía en forma de ATP) o procesos de construcción o anabolismo (moléculas más sencillas se unen para formar moléculas más grandes, necesitándose para formar esos enlaces energía en forma de ATP).

    

Algunas guías alimentarias del mundo


    Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) más de cien países en todo el mundo han desarrollado guías alimentarias acordes con sus respectivas situaciones alimentarias: cultura culinaria, disponibilidad de alimentos, hábitos de alimentación de la población, etc. Desde la FAO se apoya la creación de estos documentos en los distintos Estados Miembros y se llevan a cabo revisiones basadas en criterios científicos de forma periódica. 

    El objetivo de estas guías es influir favorablemente en el sistema alimentario de la población, fomentando la salud y desarrollando hábitos alimentarios que prevengan las enfermedades crónicas. De hecho, desde esta organización se apunta que el 88% de los países presenta alguna de las formas de malnutrición: desnutrición, obesidad y enfermedades relacionadas con la alimentación (diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer). La diabetes tipo dos se relaciona con desequilibrios en procesos en los que interviene la insulina, hormona que regula la glucosa en sangre (generada en el páncreas) y ayuda a llevarla a las células. 
    Aunque se precisa que las causas de la malnutrición son multifactoriales y complejas, se pone de manifiesto que la alimentación es un factor relevante a tener en cuenta. 
    Veamos algunos de los ejemplos de los distintos continentes que se recogen por países en la propia página de la FAO (en inglés). 

    El plato de Harvard creado por expertos en nutrición de la Escuela de Salud Pública de Harvard, EEUU refleja cómo la mitad del mismo conviene llenarlo de verduras y frutas, un cuarto de granos integrales y el otro cuarto de proteínas. Todo acompañado de bebidas y aceites saludables. 





    En Argentina la guía que recoge la FAO se representa por un círculo con seis grupos: frutas y vegetales; legumbres, cereales, patata, pan y pasta; leche, yogures y quesos; carne y huevos; aceites, frutos secos y semillas y un grupo opcional con grasas y dulces. El agua se sitúa en el centro del círculo y en su exterior aparecen dos mensajes relacionados con la actividad física y la reducción de sal. Fue publicada en 2000 y revisada en 2015


Guía alimentaria Argentina.
Fuente FAO:
http://www.fao.org/nutrition/education/food-based-dietary-guidelines/regions/countries/argentina/es/




    En Guatemala la guía representa una olla o cacerola de barro en la que abajo del todo se sitúan los cereales de grano entero o integrales y los tubérculos. Justo encima las frutas y las verduras y en el siguiente nivel la comida de origen animal junto a huevos y lácteos. También aquí se incluye incaparina, una mezcla de harina de soja y de maíz inventada en este país. Arriba del todo se sitúan las grasas y azúcares. En la parte superior, se representa el agua y la actividad física. Esta guía fue la elaborada para la población general a partir de dos años, habiendo otra diferente para menores de dos años. publicada en 2003. Por su parte, la guía para la población en general fue publicada en 1996 y revisada en 2012





Guía Alimentaria Guatemala. Fuente FAO:





    En los Emiratos Árabes se emplea un rascacielos ubicado en Dubái conocido como Burj Khalifa (considerado el más alto del mundo con 828 metros de altura). Dividido en seis grupos cada uno de un color (y altura diferente): cereales, vegetales, frutas, lácteos, carnes y grasas, estando el agua representado en la base con el color azul. Publicada recientemente, en 2019





Burj Khalifa (Dubái)
Rascacielos más alto del mundo con 828 metros de altura




    En Sudáfrica se recogen a modo de diagrama siete grupos en círculos de diferente tamaño en relación con la cantidad necesaria: comidas ricas en almidón; frutas y verduras; alubias, guisantes, lentejas y soja; pollo, pescado, carne y huevos; leche, yogures y maas (leche fermentada, bebida popular en Sudáfrica); grasas y aceites y agua. Se apunta por la FAO que se incluyen alimentos que están disponibles localmente y que a diferencia de otras guías no aparecen los ultraprocesados y productos con alto contenido de azúcares añadidos, sal y grasas saturadas, cuyo consumo es necesario limitar. Publicada en 2003 y revisada en 2012




Guía alimentaria Sudáfrica. Fuente FAO: 






    La guía que se recoge en China representa, al igual que en el caso de los Emiratos Árabes, un monumento. Se trata de una guía con forma de pagoda (edificios de varios niveles comunes en los países asiáticos) con cinco grupos o niveles de alimentos similares a los de las anteriores guías. Se expone además que existen otros dos gráficos auxiliares más prácticos: 

Guía alimentaria China. Fuente FAO:






Pagoda



    En Tailandia la guía es conocida como “la bandera de la nutrición” dividida en cuatro estratos y seis grupos. Desarrollada en 1986 y revisada en 1998 (la guía para jóvenes y niños/as fue desarrollada en 2010). Arriba del todo se recomienda incluir en la alimentación arroz, granos y otros productos ricos en almidón, justo debajo las frutas y verduras también en cantidad. En el tercer estrato empezando desde arriba se encuentran los huevos, legumbres, leche y carne y en la parte inferior se recomienda limitar el consumo de azúcar, sal y aceite. 


Guía alimentaria Tailandia. 
Fuente FAO:
http://www.fao.org/nutrition/education/food-based-dietary-guidelines/regions/countries/thailand/es/



    En Reino Unido también se emplea la circunferencia con cinco grupos y la proporción de cada grupo respecto al total. Se representa gráficamente la importancia de acompañar las comidas con aceite y grasas saludables y beber agua. Los ultraprocesados aparecen fuera de la ruleta como productos a limitar su consumo, de forma similar al resto de guías. La guía más reciente fue publicada en 2016


Guía Reino Unido.
Fuente FAO:
http://www.fao.org/nutrition/education/food-based-dietary-guidelines/regions/countries/united-kingdom/es/




    Y en España la guía para los más jóvenes (de 3 a 16 años) fue publicada en 2005 y para la población en general en 2008. Elaborada por la Agencia Española para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el marco de la estrategia NAOS (Nutrición, actividad física y prevención de la obesidad) representa una pirámide en la que se reflejan los distintos grupos clasificados en tres niveles según se recomiende su consumo diaria, semanal u ocasionalmente. Asimismo, está en línea con la dieta mediterránea típica de nuestro país: 

- Los que se recomienda consumir diariamente: cereales y productos integrales (contienen más fibra), frutas y vegetales, aceite de oliva y lácteos. 

- Los alimentos de consumo semanal: legumbres, carne, pescado, frutos secos, patatas, huevos. 

- Los de consumo ocasional: productos con azúcares añadidos, sal y ultraprocesados. 

    También se representa el consumo esencial de agua y la actividad física. Esta última igualmente distinguida en función de la frecuencia: diariamente 30 minutos de ejercicio físico moderado como caminar, subir las escaleras o sacar al perro; alguna vez por semana practicar algún deporte más intenso como natación, tenis, atletismo y  limitar el las actividades sedentarias. 


Guía alimentaria española.
Fuente FAO:




La dieta mediterránea 

    La dieta mediterránea, aunque pueda presentar diferencias derivadas de las características culturales, económicas y sociales de los distintos países de la cuenca mediterránea, tiene unas características comunes (Urquiaga y col. 2017): baja ingesta de grasas saturadas y consumo frecuente de grasas monoinsaturadas como las presentes en el aceite de oliva, balance adecuado de ácidos grasos insaturados por el consumo de pescados, mariscos y frutos secos, alta ingesta de antioxidantes, vitaminas y fibra presentes en las frutas y verduras, etc. 

    Si pensamos en nuestro país, es fácil nombrar multitud de alimentos de gran calidad propios de la dieta mediterránea. Tenemos la oportunidad de comer pescado fresco, marisco, muchos quesos diferentes, frutas y verduras frescas y variadas, nueces, almendras y otros frutos secos, aceite de oliva, aceitunas, miel, productos de origen animal de gran calidad... El catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, LLuis Serra Majem, especialista en Nutrición y Dieta Mediterránea y presidente de la Fundación para la Investigación Nutricional, menciona muchos de estos alimentos en la conferencia para TED “La dieta mediterránea” (octubre, 2017). Expone la relación existente entre la alimentación, nuestra salud y la del planeta, además de la relación con la economía y con el patrimonio cultural: “La alimentación no es solo salud, es cultura, patrimonio. De alguna forma son los paisajes, los cultivos, los sabores, los colores, las fiestas y celebraciones”. En línea con esto, de forma metafórica realiza una similitud entre lo que encontramos en el plato y aquello que hallamos en nuestros paisajes, pudiendo ser el primero reflejo de lo segundo. Y apunta que consumir productos de nuestra tierra dentro de una agricultura sostenible promueve la revalorización del patrimonio e impulsa la economía de los sectores primarios.

    Serra recuerda que la dieta mediterránea ha sido reconocida Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010. Asimismo, apunta la importancia de elegir alimentos mínimamente procesados, frutas y verduras frescas, locales y de temporada, evitando consumir aquellas que provienen de lejos con el consecuente coste que eso tiene para el medio ambiente. Afirma que la biodiversidad se ha visto afectada en los últimos años (en más de un 80% fundamentalmente en especies vegetales) en parte debido a que el mercado ha desechado productos propios en detrimento de otros más duraderos, atractivos, pero infinitamente menos saludables. También resalta el sabor como valor cultural: “Si queremos que nuestros pequeños/as coman fruta y verdura, tenemos que orientarnos a producir frutas y verduras sabrosas y de calidad para conseguir los objetivos fundamentales de la salud pública”. Esto ayudará también a prevenir la obesidad infantil.

    Además, expone que junto con la práctica regular de ejercicio que según afirma  puede reducir hasta un 40% la mortalidadla dieta mediterránea es protectora, ya que previene enfermedades como la obesidad, la diabetes, el síndrome metabólico, las enfermedades mentales, incluso el alzhéimer (se ha optado en esta publicación por escribir este vocablo como sustantivo común recogido por la Fundación del español Urgente). Existen multitud de estudios científicos que avalan las bondades de esta dieta, pero concretamente en la conferencia Serra describe un macroestudio realizado en España sobre un total de 7.500 personas de más de 55 años con factores de riesgo cardiovascular. Estas personas se distribuyeron de forma aleatoria y proporcional en tres grupos. A través de la intervención de expertos (dietistas-nutricionistas) en el primer grupo promovieron un patrón alimentario hacia la dieta mediterránea y se facilitó cinco litros de aceite de oliva extra al mes a las familias. En el segundo grupo, de forma similar, se intervino con dieta mediterránea pero en esta ocasión se les proporcionó unos 30 gramos al día de frutos secos. En el tercer grupo, se redujeron las grasas al máximo, siguiendo las indicaciones de la Academia Americana de Cardiología. Al cabo de cinco años de seguimiento, los dos grupos de dieta mediterránea habían reducido el riesgo de mortalidad cardiovascular (por infarto, ictus) un 30% comparado con el grupo con dieta baja en grasa. También se redujeron de forma sustancial las arritmias (en un 38%), la diabetes, incluso el cáncer de mama invasivo se redujo en las mujeres en el grupo de aceite de oliva. Concluye, por tanto, que solamente en cinco años siguiendo esta dieta mediterránea se podría prevenir (en personas de más de 55 años), más de 4.000 infartos o ictus, 8.500 diabetes, 3.000 arteriopatías y 3.500 arritmias, apuntando que no hay medicamento existente que logre esta prevención, algo que se consigue consumiendo alimentos de nuestra propia tierra. Expone que aunque la genética también influye, los hábitos alimenticios ejercen un papel clave en la activación/expresión o no de los genes que pueden desencadenar enfermedades. 

El aceite de oliva

    Dentro de esta dieta mediterránea, el aceite de oliva virgen es uno de los alimentos esenciales. España es, en este sentido principal productor y exportador a nivel mundial del aceite de oliva. Los países que exportaron más aceite de oliva en 2018 según recoge Statista fueron en primer lugar España (48’6% con ventas en otros mercados de 3.211 millones de euros), seguida de Italia (22´3% con valor de 1.474 milones de euros), Portugal (10´3% con valor de 679 millones de euros) y Grecia (9’4% con valor de 620 millones de euros). 

    Teniendo en cuenta los datos recogidos por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en 2018 la principal Comunidad Autónoma productora es Andalucía con 1.458.863 toneladas. En segundo lugar, la que más produjo fue Castilla la Mancha con 178.192 seguida de Extremadura (78.530 t). En total, se produjeron en 2018 en España 1.790.309 toneladas de aceite de oliva virgen

    Sin embargo, a pesar de ser el país que más produce y exporta, en 2018 el país que más consumió no fue España (segundo país que más consumió, 470.000 t), sino Italia con 557.000 toneladas, registrándose también en los últimos años un aumento considerable de su consumo en EEUU, según datos del Consejo Oleícola Internacional (COI). Esta misma entidad emitió la Norma Comercial Aplicable a los aceites de oliva y a los aceites de orujo de oliva. Así se define el aceite de oliva como aquel procedente exclusivamente del fruto del olivo. Dentro de este aceite de oliva se definen distintos tipos. Los aceites de oliva vírgenes son los aceites obtenidos del fruto del olivo únicamente por procedimientos mecánicos o por otros medios físicos en condiciones, especialmente térmicas que no produzcan la alteración del aceite y que no haya tenido más tratamiento que el lavado, la decantación, la centrifugación y el filtrado. Dentro del aceite de oliva virgen, existen algunas variaciones en la acidez principalmente que dan lugar a varias denominaciones. De esta forma, se denomina aceite de oliva virgen extra (AOVE) a aquel cuya acidez libre expresada en ácido oleico es como máximo de 0´8 g por cada 100 g, mientras que la acidez del aceite de oliva virgen puede ser como máximo de 2 g por cada 100 g. El aceite de oliva (sin la denominación virgen ni virgen extra) es el aceite constituido por la mezcla de aceite refinado y de aceites de oliva vírgenes con una acidez máxima de 1g por cada 100g.




Dieta, salubridad y sostenibilidad

    Existen en el mundo diferentes tipos de dieta además de la mediterránea y cabe hacerse algunas preguntas: ¿La dieta vegetariana o incluso vegana es más saludable y sostenible para el entorno que otro tipo de dieta? ¿Qué consecuencias puede tener la dieta para el medio ambiente?

    La respuesta a estas preguntas parece ser que no hay que buscarla en el tipo de dieta, sino en el tipo de alimentos que se eligen (en cuanto a su naturaleza, composición y en su caso, procesamiento) y consumen dentro de cada dieta (en cantidad y frecuencia). El dietista-nutricionista Aitor Sánchez, quien ha publicado varios libros como Mi dieta ya no Cojea (2018) en la Conferencia “Dieta Vegetariana. Mitos y realidad” impartida en Gijón (2016), ejemplifica que una persona que siga una dieta vegetariana puede desayunar bollería vegetariana o comer salchichas de tofu, lo cual no es saludable. Y una persona que siga una alimentación omnívora puede abusar de la misma manera de grasas insanas y otros productos poco saludables. Por tanto, siguiendo con sus consideraciones, no solo toma relevancia el tipo de dieta que se siga, sino que es muy importante su diseño y qué alimentos se seleccionan en esa dieta. En cualquier caso, el experto hace hincapié en la necesidad de que estén basadas en productos de origen vegetal, preferiblemente frescos (frutas y verduras) y el consumo de proteínas y grasas de calidad, en línea con las orientaciones de la anterior mencionada dieta mediterránea. Por su parte, la Doctora Marián García, más conocida como Boticaria García, graduada en Nutrición y Dietética y en Óptica y Optimetría y doctora en Farmacia, en su libro El jamón York no existe (2019), de modo simbólico recuerda un truco que puede servir a la hora de llenar el carrito de la compra: procurar que haya muchos colores rojo y verde procedentes de frutas y verduras (como la bandera italiana).

    La revista divulgativa Alimenta Magazine pretende dar a conocer con periodicidad bianual los estudios científicos y las investigaciones más recientes llevadas a cabo por el Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL). Se trata de un Instituto mixto perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). En el último boletín informativo nº7 de Febrero 2020 en el artículo: “¿Veganismo para salvar el planeta y nuestra salud?” se expone, entre otros asuntos, que el veganismo es una realidad en muchos países europeos estando lejos de ser un estilo de vida marginal o al que solo se adhieren unos/as pocos/as. Se explica que el veganismo implica una filosofía de vida en la que no solo se eliminan los productos de origen animal de la dieta y de sus derivados, sino que existe además un compromiso con el planeta, por lo que se evita utilizar también productos procedentes de animales como pieles y otros. El dietista-nutricionista Aitor Sánchez (Gijón, 2016) aporta algunos detalles más sobre este tipo de dieta. Así, define la persona que sigue una dieta vegetariana como aquella que no come animales. En este caso, se podría especificar que se trata de un vegetariano/a estricto, es decir, que no come nada de origen animal. En esta definición, el nutricionista detalla algunas variantes como la dieta ovovegetariana (si también incluye huevos) o lactovegetariana (sí también incluye lácteos) u ovolactovegetariana (en el caso de que incluya ambas). 
    
    En cuanto a la sostenibilidad, las estadísticas muestran que tanto los productos de origen vegetal como los de origen animal pueden tener consecuencias para el medio ambiente no deseablesincluidos los denominados como productos ecológicos.

    Veamos algunos datos. 

    Según el artículo mencionado anteriormente de Alimenta Magazine (boletín nº7, Febrero 2020) la ganadería supone a nivel mundial entre el 14’5% y el 18% de las emisiones de gases invernadero inducidas por el ser humano. Sin embargo, también se expone que algunos cultivos de soja y maíz pueden suponer perjuicios para el medio ambiente, ya que muchas veces vienen acompañados de deforestaciones. De hecho, se señala (entre otros datos) que la agricultura es uno de los principales contribuyentes a emisiones de metano (CH4) y óxido nitroso (N2O). Además, también se apunta que el uso de la tierra para el cultivo de alimentos y la silvicultura (bosques) suponen una cuarta parte de las emisiones de gases invernadero a nivel mundial

    En España, al igual que en otros países, se realizan informes de forma periódica para evaluar las emisiones y absorciones de gases efecto invernadero y contaminantes atmosféricos dentro de la normativa y los compromisos asumidos a nivel europeo y mundial sobre el medio ambiente. En concreto, en el Informe relativo al Inventario Nacional de Gases Invernadero (GEI) emitido en marzo de 2020 por el Ministerio para la transición ecológica y el reto demográfico se recogen múltiples datos detallados por sectores de las emisiones de gases cuyo incremento en la atmósfera produce el conocido efecto invernadero. Estos gases recogidos en dicho inventario son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluroruro de azufre (SF6). Todos ellos se expresan en términos de dióxido de carbono equivalente (CO2-eq), una unidad de medida universal en la cual se expresan los diferentes gases de efecto invernadero (y no solo el dióxido de carbono) con el fin de medir su impacto en el calentamiento global. Es decir, este indicador permite conocer el tamaño de la llamada huella de carbono. Según la ISO (International Organization for Standardization: Organización Internacional de Estandarización) la huella de carbono refleja los gases emitidos por individuo, producto u organización a la atmósfera. 

    En dicho Informe, en el ámbito de la agricultura se registra un 11’9% de la emisión total en 2018 (últimos datos registrados medidos en dióxido de carbono equivalente), habiendo disminuido un 0’6% respecto al año anterior y aumentado un 7% respecto a 1990. Sin embargo, dentro de este porcentaje relativo a la agricultura se incluyen tanto la gestión del estiércol, el cultivo de arroz o la quema de residuos, entre otros, como la fermentación entérica del ganado (proceso originado en el aparato digestivo de algunos animales como los rumiantes que produce principalmente metano, en este caso presentado en CO2 equivalente), entre otros. 
    No obstante, el sector de la agricultura es el que menor porcentaje registra en comparación con los otros sectores evaluados: transporte (27%), actividades industriales (19’9%) y generación de electricidad (17’8%). Teniendo en cuenta todos los sectores, en este Informe se recoge que las emisiones totales de efecto invernadero en España estimadas para 2018 experimentaron una reducción del 1’8% respecto a las de 2017, un 24’6% menos desde 2005 y un 15’5% más respecto a 1990. Luego desde 2005 la tendencia es decreciente, aunque aún la emisión sea mayor que hace veinte años.

¿Cómo elegir un buen alimento?

 

    El dietista-nutricionista Aitor Sánchez en una Charla Coloquio dada en Albacete en 2016 sobre Mitos Alimentarios (puede verse completa en Youtube) habla, entre otros aspectos, de que sería más apropiado hablar de alimentos saludables versus menos saludables, en vez de entrar en la dicotomía de buenos y malos. De esta manera, en base a los efectos que esos alimentos tienen en el organismo se podrá saber si son o no apropiados. Entre los menos o nada saludables, están aquellos alimentos denominados ultraprocesados que la industria alimentaria ha ido produciendo de forma masiva y cada vez en más cantidad los últimos años (fomentando un entorno obesogénico nada saludable). El dietista-nutricionista Carlos Ríos, promotor del movimiento realfooding (estilo de vida basado en comer comida real), en su libro Come Comida Real (2019) define y analiza profundamente los ultraprocesados. El experto los tilda de insanos, ultradisponibles y ultrapalatables. Esta última característica lograda con la potenciación de sabores y  texturas a base de añadir azúcar, sal y grasas, algo que hace que el consumo frecuente de ultraprocesados, según apunta el nutricionista, pueda alterar el paladar acostumbrándolo a sabores fuertes y desensibilizándolo hacia los verdaderos sabores de la comida. A lo largo del libro avala con múltiples estudios científicos la relación que existe entre el consumo de estos ultraprocesados y el mayor riesgo de desarrollar enfermedades como la obesidad, el aumento de presión arterial, altos niveles de glucosa y diabetes tipo 2, colesterol e incluso algunos tipos de cáncer. En este sentido, en un artículo publicado por la revista Redacción Médica titulado “Un estudio relaciona el consumo de alimentos ultraprocesados y cáncer” (15/2/2018), se recogen los resultados siguientes: “un aumento del 10% en el consumo de ultraprocesados en la dieta se asoció con incrementos del 12% en el riesgo de cáncer general y del 11% del riesgo de cáncer de mama, no encontrándose ninguna relación significativa para el cáncer de próstata y colorrectal”. Este estudio, llevado a cabo por investigadores con sede en Francia y Brasil (publicado a su vez en la revista médica británica BMJ), señaló algunas limitaciones y apuntó la necesidad de seguir investigando en este campo. Además, en línea con lo que expone Carlos Ríos en el libro, apuntaron que una reformulación de estos productos y medidas encaminadas a regular los impuestos y restricciones para la disminución de los ultraprocesados pueden contribuir a la prevención primaria de cáncer (Redacción Médica, 15/2/2018) 

    En relación con esto, Carlos Ríos hace una comparación con la industria tabacalera en nuestro país y cómo las políticas reguladoras de los últimos años junto a otros factores, han contribuido a que este producto se reduzca en su consumo. Así, concreta datos que apuntan a que la prevalencia del tabaquismo se ha reducido a casi la mitad en España desde los años 80 (Ríos, p.167, 2019). Junto a esta reducción en su consumo también la percepción y aceptación del tabaco ha ido cambiando (en beneficio para la salud). De igual forma, reivindica la necesidad de potenciar políticas encaminadas a regular la industria alimentaria con el fin de que los ultraprocesados sean percibidos como lo que son: alimentos que se alejan mucho de las materias primas iniciales que los componen y que su valor nutricional no se ajusta a muchas de las etiquetas que los acompañan. “Con vitaminas” (pero con elevados niveles de azúcar), “digestivo” (pero con grasas hidrogenadas), “Con avena” (pero una cantidad ínfima e insignificante), etc. La letra pequeña de estos ultraprocesados hay que descifrarla en un acto cuanto menos detectivesco de aquellos paquetes que nos encontramos en las estanterías de los supermercados.

    ¿Cómo diferenciar entonces un ultraprocesado? ¿Cómo elegir un alimento medianamente saludable o saludable? Gabriela Uriarte, graduada en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad de Navarra y con su propia consulta en San Sebastián (País Vasco, España), en su libro Sin dieta para siempre (2019) explica con un estilo claro, sencillo y al mismo tiempo científico cómo leer etiquetas nutricionales (p.30, 2019). Para ello, diferencia entre la tabla nutricional y la lista de ingredientes que podemos ver en los paquetes y envases. En la tabla nutricional se exponen el número de kcal (puede ser por 100 gramos, por ración: que puede ser de 30 gramos o de otra cantidad dependiendo del producto y/o marca) y la cantidad de nutrientes (proteínas, grasas o lípidos, hidratos de carbono, vitaminas, sales y minerales, agua). Sin embargo, esto no es suficiente para saber si un producto es sano o no, porque, según la experta, lo fundamental es conocer cuál es el origen (Uriarte, p.31, 2019). Para ello, es importante revisar la lista de ingredientes. Según Carlos Ríos (p.125, 2019) solo el 20% de los alimentos que se venden en los supermercados son mínimamente procesados, los cuales él denomina buenos procesados (verduras congeladas, legumbres en bote y conservas, etc). Además, hace referencia a la colocación estratégica de los ultraprocesados en el supermercado a lo largo de los pasillos con el fin de llamar la atención del consumidor. Ríos, al igual que los demás nutricionistas mencionados y en línea con lo que se refleja en las diferentes guías, apunta la importancia de comer alimentos frescos como frutas y verduras en abundancia. En cuanto a los buenos procesados, para reconocerlos en la lista de ingredientes habrá de figurar de uno a cinco como máximo, no encontrándose cantidades significativas de azúcar añadido (5-10%), harina refinada o aceite vegetal refinado (Ríos, p.23, 2019).

Mañana se publicará la segunda parte de esta publicación, donde se tratarán aspectos relacionados con el etiquetado nutricional, algunos mitos alimenticios y aspectos interesantes relacionados con la Neurociencia y la alimentación...