OPINIÓN
¿Cuántas noticias ha leído o recibido esta semana? ¿Cuántos inputs o entradas? Y la pregunta más difícil: ¿Cuántas de esas informaciones han sido procesadas y han formado parte de un proceso comunicativo de calidad o de un aprendizaje?
Según la Fundación del Español Urgente y la Real Academia Española (Fundéu-RAE) el término infoxicación se refiere a la sobrecarga de información difícil de procesar. En relación con este concepto, se halla la infodemia que, desde esta misma institución se define como la sobreabundancia de información (alguna rigurosa y otra falsa) sobre un tema.
El término infoxicación fue acuñado por Alfons Cornella hace poco más de veinte años. Cornella ha escrito diversos libros y artículos sobre ciencia, tecnología e innovación y ha fundado varios proyectos que potencian la innovación en empresas y organizaciones. En su página web, cierra la presentación de sí mismo con un lema: "Desaprendo, luego existo" ("I unlearn, therfore I exist"). Curiosamente, algo totalmente diferente (e innovador) al racionalismo del filósofo y físico francés Descartes, quien en el s.XVII mencionó aquello de "Yo pienso, luego existo", omitiendo la parte emocional de las personas y potenciando la separación/dualidad mente-cuerpo que hoy ya no se considera cierta a ojos de la ciencia.
Cornella expone que recibimos cantidades ingentes de información sin tiempo (y a veces sin poder discernir) para procesarla, que hoy se lee demasiado-o se pasa de una información rápidamente a otra- y entiende muy poco, se está conectado mucho tiempo. Actualmente, se habla también del síndrome FOMO ("fear of missing out", temor a perderse algo), una necesidad de estar continuamente conectado/a para no perderse nada con consecuencias negativas para nuestra salud.
Esta semana, gracias a un buen compañero, han caído en mis manos varias piezas de información (en papel por cierto), diversa en temática y extensión. Había una columna escrita por el periodista Álex Grijelmo en el que en resumidas cuentas se hablaba de cómo a veces los conceptos, al traducirlos del inglés al español, pierden su verdadera esencia. Cómo a veces incluso, banalizamos con las palabras, o las hacemos más "light" (para qué ya es otro cantar). Otra era una noticia situada en Marruecos, donde no solo se mencionaba el desastre natural en el que están inmersos, sino que había hueco para informar de que la figura de los cuentacuentos en la plaza de Yemaa el Fna empieza a no tener relevo. Lo interesante (y entrañable) era también que el entretenimiento de estos cuentacuentos fue catalogado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
¿Es pues la cantidad de información o la calidad de la misma? Parece que hay evidencia científica suficiente para afirmar que el uso indiscriminado de pantallas es nocivo. ¿Lo es así la cantidad de información cuando esta es buena, adecuada, entendible?
La información que cayó en mis manos estaba muy bien seleccionada por mi compañero y era algo que merecía tiempo y atención. Los periodistas que escribían habían hecho bien su trabajo, estaba contrastada, era veraz. En el caso de las opiniones, eran con fundamento y criterio.
La última pieza consultada versaba sobre la enfermedad y el estigma que a veces la rodea. Cómo nos desnuda, nos desgarra por dentro, y, por momentos, no queda otra que sobrevivir y tirar hacia delante como se puede, en una palabra: resistir. Pero a veces, parece que cuesta mostrar lo incómodo y desagradable de una enfermedad que toca las fibras más profundas del alma. Como si nos hiciese mejores o peores personas o nos pusiese o quitase valor. Y esto está en línea con un extracto del libro del psicólogo Ventura, Hasta los cojones del pensamiento positivo (2021), en el cual escribe: "ser libre para mostrarnos tal y como somos, ser libre del miedo al dolor para vivir de verdad, para asumir los costes, para aceptarnos tal y como somos [...], ser libre para ser tú" (p.208, 2021).
Cuantas más personas libres de verdad, más comunicación de calidad.