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11/11/2023

Un puñado de letras

BREVE RELATO DE FICCIÓN/NARRATIVA


Soñé...


Soñé que el ayer era noche. De esas de verano donde no hay nube que tape las estrellas, tantas y tan brillantes que no se ven como puntos, sino como un continuo manto que cubre el cielo.

Y el hoy en el sueño era amanecer. Como aparecen los mejores amaneceres, con esos colores que te dan la impresión de fuego en el cielo, pero sin serlo.

Seguí soñando, esta vez en futuro. En futuro simple. Esto es: estaré y estarán sin condiciones. Pero lo simple del tiempo verbal entraña una grandeza en su significado.

Así cerré mi sueño: con una noche de verano seguida de un amanecer y un futuro certero.


En toda historia hay, al menos, dos historias...

Ella.

Era de noche. Una de esas noches de verano en las que el frío acecha, pero es un frío seco, que hasta da gusto después de una jornada de un calor apabullante. Encendí el ordenador y lo envié. Envié el curriculum. En realidad, no es que estuviera probando suerte, es que me parecía que tenía que tentarla. Como a veces se tienta a la vida cuando sabes que algo puede pasar. O no. Pero en una chispa de tiempo te atreves a tomar una decisión que puede cambiarte el rumbo. Y tú no lo sabes. O sí. Tal vez lo intuyes. Y pruebas.

    Y no sé por qué razón aquella noche me dormí a gusto. Sentí una especie de liberación. Tal vez hacía tiempo que estaba deseando cambiar de aires. Y no me refería de ciudad, aunque no quiero adelantarme…


         Él.

   

   Cogí el avión y me presenté en persona directamente a ver a la que hace una semana había entrevistado para ocupar el puesto que yo mismo había ocupado durante un tiempo, pero que me vi en la necesidad de delegar. La empresa que he creado hace tres años está empezando a despegar. Cada vez se realizan más pedidos y tengo que apostar por tener tiempo para desarrollar una mayor creatividad e innovación a la hora de poner vestidos de novia a la venta. Y allí está ella. Esta mañana me da que no la voy a empezar tampoco con buen pie. La chica recién contratada me mira, se dirige a mí en tono firme y me dice, así, sin medias tintas, que se va. Sin más. Sin darme ninguna explicación más que remitirme a los whatssaps que lleva mandando durante una semana seguida y a los que, en verdad, he respondido dando largas.


    Pero es que no se me ocurre otra cosa. Los beneficios de la empresa son muy pocos y no puedo contratar a más personal. Tampoco puedo decir a los clientes que compren menos vestidos de fiesta. Sería absurdo. Es cierto que ella se encarga de gestionar todos los mensajes vía Internet sobre los pedidos que se realizan a nivel nacional y que eso le ha podido sobrecargar, pero no me puedo permitir que ese trabajo lo hagan dos personas. Ahora mismo no es rentable. Pero estoy vendido. Es viernes y el próximo lunes si no encuentro a alguien este fin de semana, será insostenible tener habilitada la página web. Corremos el riesgo de que se acumulen cientos de pedidos, se tergiversen algunos y la gente pierda la confianza en mi empresa. Esto no estaba previsto en el plan de contingencia, siempre pensé que pagaba un buen sueldo y que nadie se atrevería a marcharse. Hasta ahora. Se ve que esta chica valora mucho más su calidad de vida que el gran sueldo que pueda ganar hasta ahora. Sin tiempo para vivir, ¿de qué sirve tanto dinero si no tienes tiempo de vivir? Por mucha rabia que me de, empatizo totalmente con ella y al mismo tiempo, siento impotencia por no poder hacer nada para retenerla.

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