OPINIÓN
Hoy, 24 de enero de 2024, se celebra el Día Internacional de la Educación, establecido así por la UNESCO (desde 2018). En esta ocasión, se pretende poner el foco en el papel de la educación y los docentes para atajar los discursos de odio, pero la educación tiene muchos deberes y discursos con los que lidiar
Un poco de teoría... La etimología de la palabra educación era algo propio de los apuntes de asignaturas relacionadas con la pedagogía (una etimología hoy fácilmente encontrada en Internet). Su raíz o lexema proviene del latín, esa lengua que nos dejaron los romanos en la península hace siglos: o bien educare o bien educere. En el primer caso significaría algo así como "guiar, conducir", pero también "nutrir, formar"... En lo que al segundo término se refiere, se traduciría por "extraer, sacar de dentro", si bien existen muchos sinónimos e interpretaciones que se pueden leer sobre uno y otro término.
Otro asunto recurrente entre los citados apuntes, era no solo la parte etimológica, también la epistemológica, la que tiene que ver con el conocimiento. Aquí las corrientes pedagógicas y psicológicas surgidas en los últimos siglos no se pueden contar con los dedos de la mano. Eran literalmente "tochos de apuntes" sobre didáctica. Desde las corrientes clásicas basadas en el estímulo respuesta y sí, en el típico ejemplo del perro estudiado por el investigador ruso Pávlov que se repetía en todas partes: la campanita que sonaba asociada al alimento, algo que al mismo tiempo se asociaba a la salivación en el animal y a partir de ahí se "rutinizaba". Esto es, dado el estímulo, venía la respuesta, hasta el punto de que antes de percibir el alimento, con solo tocar la campana, ya el perro salivaba. Hasta las corrientes más innovadoras que, tomando como centro el niño/a y sus necesidades y características (el llamado paidocentrismo impulsado ya por el pedagogo suizo Rousseau en el s.XVIII) ponen el foco en la importancia que tiene tener en cuenta las capacidades de los niños y niñas y ayudarles a desarrollarlas (recordemos la etimología "extraer", "sacar de dentro"). Luego desde una visión ecléctica, todas ellas suponían una combinación de los dos términos: educare y educere, formar y desarrollar (o al menos esta es una posible interpretación).
Al mismo tiempo, en esos apuntes se colaban metodologías de lo más variadas, teniendo en cuenta que aprendemos de muy diversos modos: por observación, imitación, por experimentación, por ensayo-error, por la creación de zonas de desarrollo próximo (esto es algo así como pasar poco a poco de aprender con ayuda-apoyo hasta poder hacerlo solo/a), a través de la socialización, etc.
Además, en todo este entramado había que considerar muchos factores externos (exógenos) e internos (endógenos): medios de comunicación, factores genéticos, ambientales, familiares, socio-económicos... Asimismo, era importante tener en cuenta otras cuestiones como la etapa educativa y sus particularidades: no es lo mismo la etapa de infantil que la de primaria o secundaria (con sus diferentes niveles dentro de cada etapa tanto desde el punto de vista colectivo como el individual), la formación profesional o la educación universitaria-lógicamente-. Ni tampoco es lo mismo la casuística de un colegio de una zona urbana que de un CRA (Colegio Rural Agrupado), de un colegio público que privado o concertado y así podríamos apuntar otras cuestiones. La diversidad, por tanto, está por doquier. Eso se concluía en los apuntes.
Pero además de la teoría está la práctica en la educación (inter)nacional. Y aunque ya sabemos que al generalizar se corre el riesgo de equivocarse fácilmente, parece que en España el sistema educativo no está funcionando todo lo bien que podría.
Por un lado, la politización: cambia el gobierno, cambia la ley. Entre tanto, surgen irregularidades varias e incluso, el mismo gobierno que ha hecho la última ley educativa en la que habla de principios democráticos y valores, está inmerso en una Ley de Amnistía.
Por otro, surgen metodologías supuestamente innovadoras que si bien siempre es bueno innovar y renovarse, hay quien pretende vender una metodología como la mejor de todos los tiempos, la que viene a solucionar todo el problema, "la receta mágica" y "el dogma supremo". Metodología que además se hace viral en redes fácilmente. Cuando precisamente, querer imponer una metodología es ya un problema, además de conllevar un simplismo y un reduccionismo poco beneficiosos.
Por su parte, los docentes no parecen pasar su mejor momento: presiones desde muchos sitios, problemas de salud mental y estrés, exceso de burocracia, falta de protección en el trabajo, pérdida de autoridad ante alumnado y familias, currículo que deja ver que hay que aprobar a todos/as aunque los contenidos no se sepan (con criterios de evaluación extremadamente generales), elevado número de alumnado por aula o ratio...
Y muchos de los problemas y dificultades que presenta el alumnado en la práctica tampoco parecen hacer gala de un sistema educativo que funcione de verdad. Un alumnado que en sus primeras etapas está rodeado de pantallas-ser nativo digital no implica ser competente digitalmente-, con un exceso de extraescolares en muchos casos, pasando muy poco tiempo con los que más quiere-y las políticas de conciliación daría para otro "capítulo"-, falta de atención...
Son tantos discursos a los que se ve expuesta la educación, tantas las exigencias que se supone que tiene que cumplir, tantos los problemas que supuestamente tiene que solucionar que, desde luego, aludir a ella es relativamente sencillo. Lo difícil es cómo empezamos a solucionar todo este panorama y por dónde.
Lo siento, eso no venía en los apuntes ni tampoco parece poderse solucionar solo con una buena práctica educativa en un aula. Eso sí, que quede el apunte: no a la discursos de odio...